El otro día tuve que llamar la
atención a dos críos, de entre siete y nueve años, que se encontraban lanzando
algo así como ciruelas o nisos verdes a un par de gatos que, atemorizados,
trataban de escapar, metiéndose incluso en una especie de colector que hay en
la zona y que se encuentra sin ventanas. Pero ni con esas los críos los dejaban
en paz.
Los pequeños malhechores murmuraron
algo por lo bajo (imagino qué) y se fueron. Los hechos tuvieron lugar al
término de un conocido paseo del concejo. Más tranquilos, los gatos se
acercaron a saludarme, les hice cuatro carantoñas y seguí adelante. Escasos
metros más allá, en un murete del colector que les había servido de refugio,
contemplé cómo en los dos ‘tuppers’ de la fotografía tenían comida (realmente,
les quedaba poca) y agua. Me alegra ver que hay gente que antes de tirar las
sobras piensa en estos animales. Unas semanas antes había visto cómo una pareja
de jóvenes les llevaba comida enlatada para gatos, de esa que venden en los
supermercados.
*Los dos recipientes. |
Aplaudo a esa gente que se preocupa de
estas criaturas, que para otros pasarían desapercibidas. Lo mismo ocurre en
cierto barrio del concejo, donde son varias las personas que llevan comida a
poblaciones de gatos que viven en la calle.
Los contrarios a estas prácticas
argumentarán que pueden traer problemas de salubridad, aunque también las
palomas, los patos del río, las ratas, los jabalíes… ¿Qué hacemos, nos cargamos
toda la fauna que no pasa por el veterinario? ¿Existe alguna ciudad en la que
sus animales callejeros estén debidamente controlados, con sus vacunas,
antiparasitarios, chips y demás? Un no es la respuesta a ambas preguntas. Las
ciudades, igual que tienen árboles y cemento, tienen colonias de animales
callejeros. Es lo que hay.
Seguramente habrá quien piense en la
necesidad de esterilizarlos para controlar población. Volvamos a lo de antes y
esterilicemos también a las palomas, a los patos del río o a las ratas (de los
jabalís ya no hablo, que en Cataluña están comenzando a hacerlo). Es inviable,
en términos económicos y materiales.
Así que, ante esto, para muchos un
problema, solo quedan dos opciones: ignorarlos o ayudarlos, siempre desde el
respeto, sin actitudes como la de esos niños con los que abría la tribuna.
Bravo, una vez más, por los que optan por ayudar.
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