Frío
domingo, día 10 de enero de 1932. Cándido Migoya Valdés, vecino de Gallegos,
vuelve a su casa tras pasar el día en Mieres. Regresa contento, tras vender una
vaca en el mercado dominical de ganados que en aquel entonces se celebraba en
Requejo.
Decide,
antes de subir a Gallegos, hacer una parada en Cenera, entrando al bar de José
Prieto a tomar algo. Es de tarde. Allí pasa unas tres horas, desde las ocho de
la tarde hasta las once de la noche, según recoge la prensa de aquel entonces. Tras
ello se despidió de los allí presentes y salió dirección a su casa.
Los hechos, en La voz de Asturias |
Cenera
y Gallegos se encuentran separados por unos dos kilómetros, unidos en la
actualidad por una empinada carretera que en aquella época era poco más que un
camino. En una de los tramos más pronunciados, conocido como la Cuesta de
Santana, el silencio de la noche se vio roto por un disparo.
Su
cadáver, con un tiro en la cabeza, fue encontrado a la mañana siguiente. Cerca
de él, el revólver con el que lo habían matado. En el registro de sus pertenencias
solo se encontró una peseta y veinte céntimos. Fue su mujer la que comentó a
los agentes que se desplazaron al lugar de los hechos que su marido venía de
Mieres de vender una vaca. El robo fue considerado desde el primer momento el
móvil del crimen.
La
investigación siguió su curso y horas más tarde era detenido Máximo García, el suegro
de la víctima, después de que se encontrasen manchas de sangre en sus madreñas
y en ropa que tenía en casa. Como el fallecido, Máximo también vivía en
Gallegos.
Al
parecer, suegro y yerno nunca se habían llevado especialmente bien. La tensión
entre ambos había crecido en las últimas semanas después de que Cándido recibiese
una pequeña herencia que Máximo creía que iba a ser para él.
Conocedor
de que su yerno había bajado a Mieres a vender una vaca, decidió esperar a que
subiera de nuevo a Gallegos, en un punto intermedio en el trayecto entre Cenera
y esa localidad, lo suficientemente alejado de ambos pueblos para que nadie
escuchase nada. Se amparó en la noche para perpetrar su crimen y robar casi todo
lo que traía su yerno. No puso cuidado, sin embargo, en llevarse el arma
homicida del lugar de los hechos ni en deshacerse de las madreñas y la ropa que
llevaba aquella fatídica noche que acabaron por delatarlo.
Cándido
era labrador y tenía, según algunas informaciones 32 años; según otras, 28.
Estaba casado y dejó tres hijos.
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