Mieres.
31 de octubre de 1927. Celestino Fernández es un joven minero, de veinticinco
años de edad, que vuelve a casa después de haber ido a trabajar y toparse la mina cerrada. Llega y se encuentra que su hermano, con
quien vivía, no está allí. Es época de castañas y sospecha que puede haberse ido a
recogerlas a una mata cercana a la vivienda. Decide ir a ayudarle. En el camino
al castañero observa que el hijo de un vecino se encuentra zarandeando un nogal. Celestino
lo coge del brazo, lo riñe y el chaval sale corriendo.
La noticia, en La voz de Asturias |
Celestino
se encuentra con su hermano en el castañero y allí pasan la mañana, hasta que
deciden volver a casa a comer. En el camino se encuentran con Julián Campo -o
Campos, según algunas informaciones-, padre del chaval reprendido por
Celestino. Va acompañado por su esposa. Los cuatro discuten y llegan a las
manos. Julián argumenta que aquel nogal es suyo y que su hijo podía hacer con
él lo que le diera la gana. Se intercambian pedradas, bastonazos y golpes diversos. Tanto Celestino como Julián llevan una hoz. Julián amenaza con su hoz a
Celestino. Los ánimos se caldean y Celestino saca la suya y le propina un golpe
en la cabeza a Julián. El padre del niño reprendido cae al suelo. Se
reincorpora, pero vuelve a caer. El golpe ha sido fatal y Julián muere
desangrado en el camino.
Tanto
en las informaciones del momento como en las que refieren al juicio celebrado
en mayo de 1928, las partes implicadas en la riña dejaron claro que además de
vecinos eran grandes amigos. Esas mismas informaciones apuntan a que el nogal
zarandeado por el niño era, en efecto, de Julián. Quizás por eso a este y a su esposa les
pareció tal mal que Celestino riñese al niño, que a fin de cuentas
estaba zarandeando un nogal que era de su padre. Lo que comenzó como una simple
llamada de atención se les fue de las manos a los cuatro implicados en la riña,
que terminó con Julián muerto y Celestino en prisión, ya que el juez no apreció
la eximente de legítima defensa propuesta por su abogado.
Una
muestra más de que a veces, lo que comienza como una discusión, acaba en
una tragedia irreversible, trastocando para siempre las vidas no solo del
agresor y del agredido, sino también de aquellos que les rodean.
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