No estoy segura de hacer lo que
pretendía hacer en este nuevo artículo de opinión. Mi intención era demandar
más implicación al Consistorio a la hora de mantener y señalizar los caminos de
toda la vida. Sin embargo, pensándolo fríamente, no sé si es tan necesario.
Puede que incluso sea mejor que estén como están, sin señal alguna, porque
todos los tenemos más o menos interiorizados y no nos hacen falta indicadores
para recorrerlos.
Lunes 13 de enero. Aprovechando las
últimas horas de sol, una servidora, su perra y un amigo, decidimos hacer la
trinchera que va de Aguaín al valle de Baltesara. Una vieja pista ligada a la
minería de la zona que aún hoy muchos usan como paseo o para andar en
bicicleta. Tardaríamos algo menos de una hora en completarla, pero fue una
pasada. Aire puro, sol y mucha naturaleza a dos pasos del casco urbano.
No es el único ejemplo de caminos de
los de toda la vida que tenemos a tiro de piedra de nuestras casas quienes
vivimos en Mieres. El verano pasado subí un par de veces por el camino de
Mariana, otro remanso de paz y con una sombra muy agradable que compensaba la
pendiente de algunos tramos de esta pista que, como la anterior, todavía hoy
sigue siendo muy usada por deportistas y personas a las que de vez en cuando
nos gusta entrar en contacto con la naturaleza sin tener que irnos muy lejos.
Se me ocurre un tercer ejemplo: el
antiguo camino entre Cuna y Mieres, mucho más corto que los anteriores y
también más transitado, ya que son muchos los romeros que lo tomamos para
atajar un poco y llegar antes a Insierto el día de los Mártires. Más abierto,
con prados a los márgenes, es un camino relativamente corto pero que se hace
largo porque es inevitable pararse unas cuantas veces a disfrutar del sol o
contemplar algo de ese paisaje que lo rodea.
Son solo tres ejemplos que además he
querido ilustrar con fotografías de las últimas veces que los pasé, para que se
vean ese esplendor y ese contacto con la naturaleza tan bonito que ofrecen. La
idea de este nuevo artículo era pedir una mayor señalización para estos y otros
caminos. Puede que no estuviera mal editar una guía o un mapa de caminos
secundarios, que unas veces permiten atajar, otras dar más rodeo, pero siempre
entre árboles y sin asfalto. Sin embargo, no estoy segura de que sea una buena
opción. Quizás, en esta ocasión, merezca más la pena dejarlos como están, que
no pierdan su encanto y que nos permitan seguir disfrutando de bosques repletos
de color verde a escasos minutos de nuestras casas.
Si nunca han pasado por ninguno de
estos tres caminos, háganlo.
Álvarez
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