Mieres. Julio de 1951. La ‘crónica
negra’ de esta semana se sitúa en un pueblo del concejo, si bien la prensa de
la época no señala exactamente cuál.
Ángel Jiménez es un niño de apenas un
año, parte de una de las muchas caravanas de gitanos que entonces recorrían los
pueblos del concejo, estableciéndose en tiendas. Sus padres lo llevan al
médico, tras quejarse por fuertes dolores de estómago. Creen que pueda haber
comido algo que le haya sentado mal, por lo que el doctor le suministra un
vomitivo y el crío pasa dos días devolviendo. Al tercer día, Ángel muere.
*Artículo aparecido en el ABC del 21/03/1953 |
Una hermana de cinco años, Carmen,
comenta cosas que hacen que el doctor que atendía a Ángel ordene la autopsia
del niño: en la tarde en la que el niño se había puesto malo una mujer, que
vivía con la familia, pese a no ser parte de ella, les había ofrecido un vaso
con leche o agua (la prensa difiere en este punto). Carmen la había probado,
pero tras detectar un mal sabor, la había escupido. Sin embargo, Ángel se la
había bebido, obligado en parte por la mujer. La hermana mayor de ambos se
había librado de la leche al salir justo en aquel momento a comprar un sobre
para enviar una carta.
La autopsia no tardó en revelar que el
niño había muerto tras ser envenenado con fósforo.
Ángel era hijo de Camilo Jiménez, el
patriarca de una familia gitana nómada un tanto desestructurada, ‘casado’ con
Eufrasia Borgia, con la que tenía tres hijos. Camilo tenía desde hacía tres
años una amante: Adela, ‘La Chata’. Esta era la mujer que había proporcionado
la leche a los niños. Fue inmediatamente detenida.
Durante el juicio, el 20 de marzo de
1953, se demostró que Adela había comprado días antes, en distintos puestos,
peseta y media de restallones. Aprovechando que los críos estaban solos (su
madre lavaba en el río y su padre buscaba varas en el monte), Adela disolvió el
fósforo de los restallones en tres vasos de leche, uno para cada hijo de
Camilo. Con ello buscaba ‘dejar libre’ a Camilo y vivir plenamente con él su
relación. En el juicio se descubrió también que Camilo no estaba legalmente
casado con Eufrasia y que también había tenido hijos con Adela. De hecho,
Camilo siguió viendo a Adela en la cárcel antes del juicio, enviándose incluso
cartas románticas.
Adela fue condenada a treinta y ocho
años de prisión como autora de un delito de asesinato consumado y de otro, de
homicidio frustrado. Se fijó también que debía hacer frente a una indemnización
de veinte mil pesetas de entonces. Era lo que para ella pedía el Fiscal.
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