Nunca
me había preocupado de que se esparciesen cenizas de personas fallecidas en
determinados lugares. Nunca, hasta que hace unas semanas viví dos veces la
misma situación, escuchando los mismos argumentos a distintas personas y en
diferentes lugares del concejo.
Todo
comenzó en el santuario de Los Mártires, en Insierto. Frente a la puerta
principal del templo, y al lado del muro que rodea la campa, una pareja
observaba algo en el suelo. Me acerqué hasta ellos, por curiosidad, y me topé
con cenizas esparcidas sobre la hierba de aquel lugar. “Y no es la primera vez
que lo vemos en el entorno de la iglesia”, apostilló el hombre. La mujer se
mostró crítica con esta práctica: “no sé a qué tienen que venir a tirar las
cenizas en un lugar público como este, dejándolas ahí, sin ningún disimulo a la
vista de todo el mundo y al alcance de cualquier animal o mismamente de un
niño”, comentó. El hombre que la acompañaba asentía y añadía que “hay lugares
más privados. Cualquier día comenzarán a echarlas en el parque Jovellanos,
porque a este paso ya no les queda”.
Cenizas vertidas sobre la hierba en la campa del santuario de Los Mártires de Cuna
No
le di mucha importancia al tema hasta que unos días más tarde me tocó escuchar
argumentos muy parecidos a tres hombres con los que me encontré en el mirador
del picu Siana. Desde hace ya muchos años –los que solemos subir a menudo hasta
allí lo sabemos– la penona que se encuentra en el mirador es un lugar en el que
la gente esparce las cenizas de sus difuntos, colocando también placas y flores
para recordar a esas personas fallecidas. “Esto en un monte, como que no. Igual
que un cadáver no se puede enterrar en cualquier sitio, las cenizas no se
deberían poder esparcir en cualquier lugar y menos en lugares públicos como
este mirador”, me comentó uno de los hombres. Me hizo cierta gracia, porque era
el mismo argumento que había esgrimido la mujer del santuario. “Tienen espacios
en los cementerios para esto mismo y sino quieren pagar por ello o no tienen
una finca o un espacio propio y privado donde echarlas, que se las queden en
casa, que una urna ocupa poco”, expresó, tal cual, otro de los hombres. El
tercero, con un contundente “esto es un mirador, no un mausoleo”, se posicionó
en el mismo sentido que sus amigos.
Flores y placas de recuerdo a personas cuyas cenizas fueron arrojadas en la penona del mirador del picu Siana
Insisto.
Nunca me había preocupado este tema porque siempre he pensado que son cenizas y
que una vez esparcidas aguantan unos pocos días hasta desaparecer. Tras darle
un par de vueltas, sí que tengo que dar la razón en parte a estas personas, al
menos en lo referido al uso de espacios públicos para esparcirlas y a que hay
lugares y formas. Por ejemplo, el caso de las depositadas frente al santuario,
a la vista de todo el mundo y al alcance de un animal o de un niño, es relativamente
criticable.
El
uso de espacios públicos para esparcir cenizas es algo sancionable, según la
legislación vigente. El Decreto 72/1998 del Principado, que aprueba el
Reglamento de Policía Sanitaria Mortuoria, señala en su artículo 16 que urnas y
cenizas pueden “ser depositadas o esparcidas al aire libre con excepción de las
vías y demás zonas de uso público”. Sin embargo, esta normativa no contempla
sanciones para esta práctica que es muy habitual, en una época en la que las
incineraciones han crecido exponencialmente. En el caso de Mieres tampoco
existe una ordenanza o reglamento de ámbito local que complemente o desarrolle
la normativa regional.
El debate
sigue abierto.
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