Hace
dos meses conocíamos la historia de Eduardo Díaz
Razmilich, descendiente de mierenses que emigraron hace un siglo a Puerto San
Julián, en la Patagonia argentina. En aquella entrevista, Eduardo nos explicaba
cómo los primeros años del siglo XX habían sido fundamentales en la llegada de
emigrantes españoles, en particular asturianos, a esta zona de la Patagonia,
que ofrecía muchas más posibilidades que las que los emigrantes podían
encontrar en Asturias.
Con
ocasión del centenario de Puerto San Julián, celebrado en el 2001, se publicó 1901-2001, Centenario de Puerto San Julián,
una ventana al pasado, una obra en dos tomos en la que los propios vecinos
reconstruyen, a partir de datos y fotografías, la historia de sus antepasados,
muchos de ellos emigrantes. Gracias a Eduardo hemos tenido acceso a esta obra y
hemos podido conocer las historias de una docena de mierenses que cruzaron el
Atlántico en busca de un futuro mejor.
Macario
García
En
1894 nacía en Mieres Macario García. En 1910, con solo dieciséis años, y con
varios años trabajados en las minas de carbón, Macario decidió marcharse a
América. Desembarcó en Punta Arenas, Chile, "lleno de piojos", por
las pésimas condiciones de higiene que había en el barco, tal y como recuerda
una de sus hijas en el libro. Tras unos años de trabajo en Río Gallegos y en
Puerto Santa Cruz, en los años 20 decidió establecerse en Puerto San Julián,
donde compró un terreno en el que levantó la finca La Asturiana. Allí, en el
campo, conoció a quien sería su esposa, la gallega Carme Rodríguez, con la que
se casó en 1934 y con la que tuvo cuatro hijos: José, Irma Esther, Hilda Isabel
y Carmen Josefina. La buena marcha de su finca le permitió, incluso, tener un
maestro interno con el que educar a sus hijos.
Atraídos
por lo que Macario les describía en sus cartas, desde Mieres también partieron
a América Nicanor y Luisa, sus dos hermanos. Luisa se estableció en la
localidad argentina de Piedrabuena, donde se casó. Nicanor volvió poco después
a Mieres.
Constantino
Braña y Encarnación Álvarez Viejo
Naturales
de Baiña, se casaron en esta localidad antes de partir para Cuba, un viaje que
realizaron en 1904. En la isla tuvieron un hijo, Jesús, y vivieron una
temporada, pero, tras unos años, decidieron volver a España. Sin querer
renunciar a ese futuro mejor con el que tanto soñaban, en 1910, alentados por
lo bien que les iba a otros conocidos emigrados, decidieron poner rumbo a
Chile. Allí trabajaron primero en la casa de una familia, hasta que Constantino
logró convertirse en administrador de un hotel local. Con cierta fortuna en el
bolsillo, a finales de la década decidió trasladarse a Puerto San Julián, donde
compró unas tierras, conocidas como Manantial Alto, que administró hasta sus
últimos días. Constantino murió en 1961 y Encarnación, en 1970. Tuvieron cuatro
hijos: Jesús, Avelino, Alfredo y Carmen.
Águeda
Braña
Es
posible que Águeda y Constantino tuviesen algún parentesco ya que, además de
compartir apellido, Águeda era natural de Cardeo, donde había nacido en 1883.
Con veintiún años, en 1904, Águeda fue madre soltera de Antonio, su primer
hijo. En torno a 1910, la joven decidió partir para Argentina, llevándose a su
hijo con ella.
Águeda
no esperaba encontrar el amor en aquellas tierras, y mucho menos que ese amor
fuese José del Riesgo, un langreano, nacido en Lada, con el que se casó en 1913
y con el que tuvo cuatro hijos: Valentín, José Luis, Constantino y un bebé
nacido entre Valentín y José Luis y llamado como este último, que falleció a
los tres meses de nacer.
Antonio,
el primer hijo de Águeda, heredó el gusto por el campo que tenía José, y con el
tiempo se convirtió en el dueño de una explotación ganadera, La Marina, que se
hizo muy popular en la zona.
Alejandro
Mallada y Manuela Álvarez
Recordaban
sus hijos, Alejandro e Inés, que el río Caudal, que separa Loredo y Baiña,
"no fue obstáculo" para que Manuela, natural de Baiña, y Alejandro,
oriundo de Loredo, se conociesen y enamoraran, "tal vez en algún prado
lleno de sol, pastando las vacas". Casados desde 1908, año en el que
tuvieron a su primer hijo, Aniceto, la Guerra de Melilla amenazaba con reclutar
a Alejandro y el matrimonio, preocupado, decidió poner un océano de por medio e
irse a Santa Cruz, en Argentina, donde Joaquín Álvarez, hermano de Manuela,
regentaba junto a su esposa Delfina Braña, una fonda, La Aurora. En 1909,
Alejandro y Manuela llegaron a Argentina, se establecieron en Puerto San Julián
y el campo fue el primer trabajo de Alejandro, como alambrador en extensas
mesetas. Tras tener dos hijos más, Adelino y María de la Paz, Alejandro
consiguió uno de los llamados campos
fiscales otorgados por el Estado, una gran mata de incienso sobre la que
trabajó incansablemente para construir una casa y hacer productivas las tierras
de aquello que llamó Los Alzados. Allí se estableció junto a su esposa y sus
tres hijos y allí vinieron al mundo otros seis: Alejandro, Inés, Marina e Ida,
además de otras dos criaturas que fallecieron al poco de nacer. Para educar a
sus nueve hijos, Alejandro y Manuela contaban con un maestro interno.
Primitivo
Antonio Lada
Desde
Loredo, su pueblo natal, Primitivo Antonio partió para Argentina en 1910 en
busca de su hermano, que unos años antes había hecho ese mismo viaje y se había
establecido en Río Gallegos. Hasta allí llegó Primitivo Antonio, buscando a su
hermano, sin saber que había fallecido unos meses antes. Tras asimilar la
noticia y sabiéndose solo en tierras tan lejanas, Primitivo Antonio decidió
ponerse a trabajar en el campo, como peón. Su buen hacer le llevó a
convertirse, años después, en el administrador de la finca Los Corrales,
situada en Gobernador Gregores, cerca de Puerto de San Julián. En uno de sus
viajes a esta ciudad por motivos de negocios, conoció a una langreana, natural
de Sama, María de las Mercedes Riera, con la que se casó en 1920 y con la que
tuvo cuatro hijos: Primitivo, Teresa, Manuela y José.
Primitivo
Antonio y María de las Mercedes lucharon por dar una buena posición a su
familia a través de varios negocios, como la finca Piedra Labrada, en Moyano, que
explotaron en sociedad con otro español emigrado; la fonda Cañadón León, en
Gobernador Gregores, y, finalmente, la finca Estancia María, adquirida en
sociedad con un inglés, al que compraron su parte, una extensa hacienda que aún
pertenece a la familia. Primitivo falleció en 1951 y su esposa, en 1973.
José
Mallada / Valentín Mallada
Nacido
en Mieres en 1901, José emigró a Argentina cuando contaba con dieciocho años,
en 1919. Recién llegado, "hizo todo tipo de trabajos para
sobrevivir", como recuerdan sus hijos en el libro, hasta el estallido de
la Huelga de 1921, la conocida como Patagonia
trágica, en la que los obreros se rebelaron contra sus patrones. Sin querer
meterse en líos, José huyó del conflicto y, junto a un grupo de amigos, logró
encontrar refugio en la finca El Porvenir, en El Cardiel. Sus propietarios,
Marcos y Elvira López, los escondieron para ello en el sótano de la casa. Allí,
las hijas de los López les llevaban la comida. Entre aquellas jóvenes, una,
Valentina, despertó el amor en José. El sentimiento, que poco después se hizo
recíproco, llevó a José a cambiarse el nombre por el de Valentín. Valentín y
Valentina se casaron en 1933 en Comanadante Gregores; él tenía 32 años y ella,
17. A diferencia de otros emigrados que hicieron del campo su forma de vida,
Valentín se dedicó al transporte, como conductor de camiones y, en los últimos
años, como albañil.
El
otrora José y Valentina tuvieron seis hijos: Antonio, Delfina, Modesto, Elvira,
José y Rosa.
Amable
Peláez
Oriunda
de Aguilar, Amable nació en este pueblo, cercano a El Padrún, en 1910 y, con
diecinueve años, decidió marcharse a América en un vapor que la llevó hasta
Puerto Deseado, en la Patagonia. Paradojas de la vida, allí conoció, al poco de
desembarcar, a Fernando Martínez, un joven de Sardín, Ribera de Arriba, un
pueblo que dista apenas diez kilómetros de Aguilar. Se enamoraron, se casaron
y, juntos, comenzaron a trabajar en una finca, El Zorrino, de la que pasaron a
otra, Bajo Fuego. En 1949 sus ahorros les permitieron adquirir sus propias
tierras, la finca La Calandra. Allí vivieron junto a sus tres hijos, entre
árboles frutales y ganado. Amable falleció a los 58 años, en 1968; su esposo, a
los 82, en 1989. Ninguno de los dos vio cómo, en 1991, un terrible incendio
destruía la hacienda que con tanto trabajo habían levantado.
Manuel
Ordóñez
La
historia de Manuel Ordóñez es sustancialmente distinta a las que ya les hemos
relatado. Natural de Mieres, minero de profesión y molinero ocasional, en 1906
se lanzó a hacer las Américas para mejorar la situación económica de su
familia, llevándose con él a sus dos hijos mayores, Víctor y Pablo. En Mieres
se quedaron María Fernández, su esposa, y sus hijos menores: Alfredo, Julia,
Consuelo, Leonides y Presenta.
Manuel
se estableció en Puerto San Julián y entró a trabajar, junto a sus hijos, en lo
que luego se llamaría Frigoríficos Swift, una compañía dedicada a este tipo de
electrodomésticos. Decidido a obtener mayores ingresos, tras una temporada como
asalariado, puso en marcha la fonda La Asturiana, que se convirtió en uno de
los principales negocios hosteleros de la ciudad.
Once
años después de su llegada a Argentina, tras echar mucho en falta a su esposa y
los hijos que había dejado en Mieres, en 1917 emprendió su viaje de vuelta a
casa y nunca más volvió a cruzar el océano. En aquellas tierras se quedaron sus
hijos mayores, cuyos descendientes atesoran fotografías como la que les
mostramos sobre estas líneas, de la casa de la familia en Mieres, cuya
localización no hemos podido concretar.
Paulino,
Tito, Riera Peña
Nacido
en Mieres en 1849, Paulino llegó a Puerto Madryn, en la costa norte de la
Patagonia, en 1907, con 13 años. No sabía leer ni escribir y había embarcado
junto a un pariente, atraídos por la buena fortuna que allí estaba haciendo un
primo de ambos. Tras cinco años en los que le tocó trabajar en varios oficios,
a los 18 se trasladó a Puerto San Julián, donde, interesado en mejorar su
posición económica, logró acceder a la Sociedad Anónima, una institución que,
entre sus fines, pretendía la educación de los jóvenes. El joven aprendió a
leer y escribir y gracias a su inteligencia y fuerza de voluntad, llegó a
convertirse en administrativo de carrera
–hoy contable–, algo poco común en aquella época. En Puerto San Julián
conoció a su esposa, Clementina Llaneza, una langreana natural de Lada, con la
que se casó en 1918 y con la que tuvo
tres hijos: Asunción Paulina, Faustina Palmira y Paulino Florentino. En lo
profesional, Paulino abandonó su puesto de contable para convertirse en el
gerente de la compañía Argensund, establecida en Puerto Deseado, lo que le
permitió a él y a su familia tener una notable solvencia económica.
Queremos
agradecer públicamente a Eduardo este magnífico aporte. Aunque este reportaje
se haya centrado en los mierenses, a través del libro hemos conocido las
historias de otros muchos asturianos que pusieron un océano de por medio para
labrarse un nuevo futuro a miles de kilómetros de sus lugares natales, lo que
en ninguno de los casos que centran este reportaje resultó una tarea sencilla.
Todos los aquí referidos tuvieron que trabajar duramente para, poco a poco,
ahorrar y sacar adelante a sus familias, mediante la compra de tierras o la
puesta en marcha de distintos negocios.
Sirva
esta entrada como homenaje, más de un siglo después, a todos ellos.
Comentarios
Un saludo desde Mieres, donde, como sabe tiene unos buenos amigos.