ÁLVAREZ OPINA: Limpio de orines, por favor

No hay evidencias científicas. Nada comprueba o corrobora que colocar botellas llenas de agua en una esquina va a disuadir a los perros ansiosos de marcar territorio, o, simplemente, orinar, de hacerlo. Sin embargo, y aunque parece una práctica tan infructuosa como pasada de moda, hay quienes todavía creen en el potencial de las botellas de plástico llenas de agua a la hora de luchar contra los orines de los perros.
También les digo que prefiero las botellas al azufre, aquellos polvos verdosos que hace unos años florecieron en distintas esquinas, ya que, por lo menos, una botella no hace el menor daño al animal. Las botellas no funcionan, por mucho que insistan algunos comerciantes y vecinos de la calle Ramón y Cajal, en la que realicé la fotografía que acompaña a estas líneas. Puede que el perro no mee en la botella, pero meará más allá. Y detrás de él, otro y otro y otro... Y así, hasta el infinito.
Con todo esto del coronavirus, hace un año parecía que caló en los dueños de perros un mensaje que lanzaron las autoridades, en teoría, para mejorar la higiene y prevenir la transmisión del virus: si tu perro meaba, se aconsejaba echar agua con un poquito de lejía encima. Para ello, a la hora de sacar el perro se recomendaba hacerlo con una pequeña botella, un pulverizador o algo similar, que no cuesta nada, porque todos tenemos una botella de plástico en casa, y que tampoco ocupa mucho, porque cabe perfectamente en cualquier bolsillo. Recuerdo, durante el confinamiento de hace un año, contemplar desde mi ventana a los dueños de perros echar agua y lejía sobre los orines. Se impuso como costumbre, como buena costumbre, pero como tal se acabó perdiendo. Volvemos a lo de antes, a cuando no había virus y nadie había dicho lo de llevar una botella con agua y lejía. Extraña caminar por Ramón y Cajal y ver las botellas en los portales, pero no sorprende tanto si se miran las paredes, las farolas, las aceras.... Orines por doquier.
Comprendo el malestar de los vecinos, aun cuando ya les digo que su método no me parece el más útil. Este, el más útil, no es más que volver a insistir en la necesidad de llevar la otrora popular mezcla de agua y lejía, de que la costumbre se convierta en una especie de norma no escrita, que nadie nos imponga, pero que por sus efectos positivos sea asumida por todos los dueños de perros. Dicen que para que algo se afiance hay que castigar la conducta contraria; espero que este no sea el caso y que opere la lógica común... ¿Qué es más bonito, pasear por una acera llena de botellas de agua y orines, o de una acera despejada y sin olores, por el simple gesto de llevar una botella de agua, de las de 33 centilitros, con un poco de lejía disuelta? Juzguen ustedes mismos.
Álvarez

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
eso no vale para nada, el azufre sí