Cuando se estrenó Gran hermano en España, allá por el 2000, una de las cosas que más
llamó la atención de espectadores y críticos fue el hecho de que un grupo de
personas estuviesen permanentemente vigilados por cámaras. Estábamos en una
época en la que estas cámaras de videovigilancia se veían en los bancos y poco
más y resultaba atractivo ese despliegue de medios que había hecho el programa
para que todos observásemos a los concursantes.
Veinte años después de aquello, ya no
hace falta ir a Gran hermano para
sentirse observado por un montón de cámaras. Las ciudades se han convertido en
una casa gigante al estilo de la de Guadalix de la Sierra y Mieres no ha sido
la excepción.
“¿Te das cuenta de que desde que sales
de casa hasta que vuelves, aunque solo vayas a hacer la compra, habrán captado
tu imagen unas diez o quince cámaras como mínimo?”. Pues no, nunca me había
dado cuenta hasta que a la persona que me hizo esta pregunta se le ocurrió
planteármelo. Reconozco que al principio me pareció exagerado, pero un día
decidí ir contándolas y sí, por ahí andan. En mi caso la primera cámara me la
encuentro en el portal, en el que se instaló videovigilancia hace unos meses. A
unos pasos de él, la panadería en la que compro el pan también tiene una
cámara.
Si sigo descendiendo por la calle, me topo con el cuartel de la Guardia Civil y la comisaría de la Policía Nacional, cuyas fachadas están repletas de cámaras. En el supermercado también hay cámaras, pero es que para llegar a él debo pasar por delante de una entidad bancaria que también cuenta con videovigilancia y dos cámaras, una para cada una de las calles a las que dan sus escaparates. Todo ello, en menos de 200 metros de recorrido.
Si sigo descendiendo por la calle, me topo con el cuartel de la Guardia Civil y la comisaría de la Policía Nacional, cuyas fachadas están repletas de cámaras. En el supermercado también hay cámaras, pero es que para llegar a él debo pasar por delante de una entidad bancaria que también cuenta con videovigilancia y dos cámaras, una para cada una de las calles a las que dan sus escaparates. Todo ello, en menos de 200 metros de recorrido.
“Si estás en la ciudad, te están
grabando en un 80 u 85% del tiempo que pasas dentro de ella”, me explicaba la
persona que inspiró este artículo, experto en estos temas y amigo de mi pareja.
“Y ya no solo están las cámaras de videovigilancia de los comercios o edificios
públicos, también tienes las de los coches. Ya hay coches que desde hace dos o
tres años traen incorporada una cámara en la carcasa del espejo retrovisor
interior y que va grabando si el coche está en marcha a efectos de que quede
constancia de lo sucedido en caso de accidente”. Vamos, que es posible que en
mi salida-experimento al supermercado también me haya grabado la cámara de
algún coche.
¿Esto es bueno o es malo? No lo tengo
claro. Quiero pensar que en caso de que a alguien le ocurra algo fuera de casa,
sea fácil sacar provecho de estas cámaras. Por ejemplo, si alguien resulta
agredido en la calle, las cámaras de la zona podrían ayudar a encontrar al
agresor o agresores y arrojar luz sobre qué pasó. Se me ocurre también que si una
persona desaparece, pueden servir para saber si se subió a un coche o los
sitios por los que pasó antes de desaparecer. Entiendo que esa es la parte
positiva de vivir en esta especie de Gran
hermano. La negativa radica en no saber qué se hace con las imágenes. Yo
siempre he sido vergonzosa para el tema de cámaras, hasta el grado de
escaquearme cuando veía que andaban los de la televisión grabando cualquier
cosa por Mieres o por donde sea que estuviese. Pienso en que ahora me graban
tantas veces cuando salgo de casa y se me pone un nudo en la garganta. Y lo
peor es lo que comentaba antes, que no sé por cuánto tiempo permanecen grabadas
las imágenes ni qué pueden llegar a hacer con ellas.
Los concursantes de Gran hermano sabían para qué estaban
siendo grabados, lo habían autorizado y cobraban por ello; los ciudadanos, ni lo uno ni lo otro.
Hace falta que igual que nos informan sobre cuestiones relativas a distintos
derechos, también nos comiencen a informar, empresas, comercios e
instituciones, sobre cómo funcionan sus sistemas de videovigilancia, esos que
invaden nuestro derecho a la propia imagen, tomándonosla, sin pedirnos permiso.
Álvarez
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