Decía una célebre canción aquello de que algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Parafraseando estos versos, algo se muere en una ciudad, en un barrio o en un pueblo cuando una casa se tapia, cuando sus puertas y ventanas se llenan de ladrillos y hormigón para que no entre nadie y toda su historia se queda de muros para adentro.
Hace unas semanas pasé por una caleya de La Villa por la que llevaba un tiempo sin pasar, puede que años. Es una caleya interior, que transcurre paralela al río Duró, aunque separada de él por otra caleya. Recordaba haber pasado por allí decenas de veces siendo niña y cientos al salir del instituto. Siempre me quedaba mirando, durante unos instantes, una casa metida así un poco para atrás, lo que le dejaba una especie de patio delante. En el patio, la mujer que vivía en la casa tenía todo tipo de plantas y flores. El peculiar jardín lo completaban decenas de macetas en el corredor o balcón de la casa y en las ventanas. Era, en una palabra, espectacular. Mientras escribo estas líneas no puedo evitar, porque sí, como habrán intuido, la casa de aquella señora era esta que abre el artículo.
Bueno, realmente aquella era otra casa, de la que solo quedan las paredes. Las plantas, la puerta, las ventanas y la propia señora han desaparecido. La casa se ha quedado, en suma, sin vida.
Supongo que detrás de esta casa, como en todas las que se han tapiado en Mieres en los últimos años, está el miedo a que se vean allanadas. Es comprensible, desde esa perspectiva, que los propietarios o herederos de quienes lo fueron decidan tapiar a tener que ver cómo terceras personas invaden sus casas y las destrozan, como ya sucedió en unas cuantas viviendas de La Villa y quizás también en esta. Sin embargo, no deja de dar pena que se estén abandonando casas que hasta hace diez o quince años tenían vida y eran medianamente habitables. Soy consciente de que entran en juego muchos factores, desde herencias a los costes de alguna que otra reforma, pasando por permisos y burocracia que hacen que se desista de aprovechar una casa antigua, pero que no por ello deja de ser una vivienda en un barrio situado en pleno casco urbano, que está cerca de todo casi todo, a cinco minutos a pie de distintos supermercados y a ocho o diez del Ayuntamiento y del centro.
Justo al lado de esta casa hay otra que me produjo una impresión totalmente distinta, pues la recordaba más abandonada y está rehabilitada, imagino que porque vivan en ella.
Cara y cruz de una misma moneda, de un mismo barrio en el que se pueden ver los dos destinos de muchas casas de nuestros barrios y pueblos. De momento, por mucho que me pese, parece que gana la cara de aquellas casas que dejan de serlo para convertirse en compartimentos tapiados. Ojalá algún día se revierta la situación y la cruz, la de las viviendas reformadas y habitadas, se imponga.
Álvarez
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