Como alguna vez les he contado, soy mitad mierense y mitad morciniega, con raíces en un pueblo muy cerca de la división de concejos. Quizás por eso crecí viendo la interrelación de ambos concejos, que llegaba a cosas como que por ejemplo, todos los meses de agosto, mi abuela, ya fallecida, venía a La Pereda para escuchar misa el día de san Bernardo, el patrón de la localidad. De hecho, alguna vez mi madre y yo fuimos con ella, aunque mi memoria solo recuerda una iglesia muy amplia, llena de gente, y una carpa preparada no sé si para comer o para bailar en el patio del colegio.
Hace ya tres años, el compañero Monterde alertó en esta misma web de que la iglesia de La Pereda se iba a venir abajo. En un muy bien documentado artículo, explicaba que el templo había comenzado a quedar sin tejado en 2015.
Lo que comenzó siendo un agujero de grandes dimensiones acabó por terminar con una iglesia que tenía una buena planta y contaba, además, con unos pequeños jardines. Realmente, no fue el agujero en sí, sino la inactividad de los mandos eclesiásticos para evitar un final tan triste como el que se produjo a comienzos del verano, cuando una pala y un dumper se encargaron de tirar la deteriorada iglesia y desescombrar la parcela. Solo ha quedado un pequeño edificio anexo, cuya función desconozco en relación con el templo ya desaparecido.
Siempre que se habla de la Iglesia surgen opiniones de lo más variadas, todas ellas respetables. En este caso, más allá de un bien eclesiástico, pienso que se ha perdido un bien común, una pieza de ese patrimonio popular que abunda en nuestros pueblos y que pese a tener dueño, no deja de ser un poco de todos. Lo mismo sucedió hace más de diez años, cuando otra pala se encargó de echar abajo el antiguo puente sobre el río en La Pereda, un bien civil, de titularidad municipal, pero que en el fondo era algo de todos los del pueblo.
Desconozco qué planes tienen la Iglesia y el pueblo para con esa parcela que ha quedado vacía. Veo muy difícil que se vuelva a construir otro templo. Por eso creo que no estaría de más recordar al que ya no existe con algún tipo de mural o fotografía que sirva de homenaje a un espacio común, por el que pasaban gentes del pueblo y algunas, como mi abuela, de pueblos cercanos.
Álvarez
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