Quebrantando
el séptimo mandamiento, un ladrón asaltaba a un hombre a la salida de la
entonces residencia Enrique Cangas, que años más tarde se convertiría en el
Álvarez Buylla. Era una de esas oscuras tardes de noviembre y el caco, cuchillo
en mano, amenazó a un hombre que se dirigía al aparcamiento del centro
pidiéndole la entrega de todo cuanto llevase consigo. El asaltado se vio
forzado a darle las llaves de su coche y un pequeño estuche que portaba.
Teletipo publicado en El País |
Las
palabras del sacerdote surtieron efecto y unos días más tarde era localizado su
coche en una parcela del casco urbano, sobre la que la prensa de la época no da
muchos detalles. Dentro del vehículo se encontraba el estuche con los santos
óleos. Se resolvía así un curioso robo en torno al que quedaría la gran
incógnita de quién había sido su autor y qué le habría llevado a actuar en una
zona como el entorno del antiguo hospital.
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