“La jaula
del canario”
Esta semana nos ha abandonado una
persona muy querida y especial en nuestro municipio, el hombre que hace más de
cincuenta años fundó uno de los comercios más antiguos de nuestra villa que aún se mantiene en pie: Saneamientos
Herranz.
Cuando uno pasa junto a esta tienda
parece como si el tiempo se hubiera detenido en Mieres por un instante. Han
pasado tantos años pero aún siguen estando allí aquellos viejos rótulos y el
hierro envejecido de sus escaparates. La vieja mesa de madera en la que su
antiguo dueño se sentaba, sigue allí para recordarle, para guardar tantos
recuerdos y tantas historias de muchos años…
Cierro los ojos y puedo trasladarme en
el tiempo a aquellos años en los que las penurias de la posguerra hacían de
Mieres una cuna de luchadores por sobrevivir.
Eduardo era un joven fontanero nacido
en la calle Galileo de Madrid que trabajaba cada día para sacar adelante a su
madre viuda y a sus hermanos. De carácter alegre y educado quiso el destino que
aquella mañana de mayo de 1945 fuera a trabajar a la casa de un importante
empresario, el dueño de la empresa “Colominas”,
que decidió contratarlo para realizar toda la obra de fontanería y calefacción
que estaba llevando a cabo en el norte
de España. “Fue soldando la jaula del
canario de su mujer. Así fue como me
contrató…” (y así me lo contaba Eduardo en una de tantas tardes repletas de
historias hermosas que tanto me gustaba escuchar).
Y quiso el azar aquel joven fontanero
se enamorara de nuestra tierra… “Yo no
podría marcharme jamás de Mieres -me decía-. ¿Tú sabes lo que tira la tierra?” (pero yo aún no le entendía).
En aquellos años se estaban empezando
a construir en Mieres aquellas viviendas
para los trabajadores de la minería, lo que mucha gente hoy conoce como “las
colominas”, y de ahí les viene su nombre de la empresa que las construyó. Rioturbio,
Santa Marina, Figaredo… Todas y cada una de ellas llevan en sus entrañas
aquellos tubos que las manos de Eduardo sostuvieron. Aquellas manos fuertes y
grandes que sostenían las mías con cariño cada vez que me contaba sus
historias.
Eduardo era una persona única e irrepetible,
integro y capaz de darlo todo por sus amigos. Aún recuerdo su voz temblorosa para
contarme como escondió en casa de su familia a aquel amigo del bando republicano que se había escapado de la cárcel, en
tiempos de guerra, “si nos pillan nos
matan a todos, a mi pobre madre y a mis hermanos -me decía-, pero yo no podía dejarle en la calle”.
Se vino a Mieres para realizar
aquellas obras de las viviendas y se quedó para siempre aquí.
Fue en la calle Gijón donde comenzó con
un pequeño taller rodeado de aquellas personas…Tan entrañables…Muchas de ellas
ya no están pero otras le acompañaron hace unos días en su despedida y al
fundirme con ellos en un abrazo sentía como si los recuerdos del tiempo
traspasaran mi piel por un instante.
Me emocionaba cuando en mitad de
aquellas charlas soltaba mi mano y se la
llevaba al pecho para decirme “Yo padecí
la tuberculosis, ¿sabes? Y no fue por una mala alimentación ni nada de eso”.
Aquella vecina de Eduardo había
enfermado y casi nadie quería entrar a
la habitación con ella, pero ella le quería tanto que él no pudo resistirse y
estuvo cuidándola y atendiéndola y también enfermó. Las últimas radiografías
que él se hizo llevaban el sello de aquella historia.
Cincuenta y cuatro años hace ya desde que decidió abrir aquella
tienda, la misma que hoy junto al colegio Liceo nos traslada en el tiempo años atrás.
La misma que desde hace años regenta su yerno Jesús.
Siempre fue una persona solidaria y
concienciada, pero en la intimidad sin signos de ostentación. Aquella navidad de 1964 no pudo aguantarse, se
fue a Cáritas para pedir las direcciones de aquellas personas que lo estaban
pasando mal y llevarles personalmente a
su casa una invitación para que los niños fueran a recoger los regalos que los
reyes magos les iban a traer. Compró todos los juguetes habidos y por haber y
llenó la tienda con ellos
Se emocionaba visiblemente cuando me
relataba cómo había gente que no tenía ni luz en casa, con una vela se
alumbraban, me decía. Era terrible, lo que aún en 1964 había en Mieres todavía,
lo que arrastraba la posguerra… Aquella Navidad vinieron a Saneamientos Herranz
los reyes magos:
Y entre tantas historias me contaba cómo
continuó su negocio abriendo otro establecimiento en la que hoy es la calle La
Vega de Mieres una tienda de electrodomésticos. Aquel hombre de manos fuertes,
siempre elegante escondía bajo su fachada un corazón grande, que sabía tratar a
la gente con EDUCACIÓN, RESPETO Y MUCHO
CARIÑO.
Capaz de perder sus propios de
derechos con tal de no perjudicar a nadie, Eduardo sabía conseguir hacer
cambiar la actitud de una persona equivocada con suavidad y dulzura .El tenia
ese don, no necesitaba reñir a nadie y se sabía hacer escuchar y respetar.
Le encantaban las flores y siempre
recordaba las fechas de las personas a las que apreciaba incluidas las viudas
de sus amigos. Era un hombre detallista… Aún percibo el olor a aquellas rosas
que por cada cumpleaños me enviaba, siempre estarán presentes en mi memoria.
Con noventa y un años nos dejó el
lunes tras unos cuantos años de enfermedad, una enfermedad que nunca pudo
borrar de su mirada ese brillo que solo tienen las personas cariñosas y especiales
y la sonrisa. Ni tampoco pudo arrebatarle la educación que le caracterizaba.
Hasta pocos años antes de que le afectara la movilidad se levantaba de la
butaca cada vez que alguien nuevo entraba en casa. Le encantaban los niños y
pudo disfrutar de su bisnieto hasta los últimos días de su vida. Parece
increíble cómo a pesar de su deterioro jugaba y sonreía con él y hasta cantaba villancicos en las últimas
navidades.
El lunes a las once de la noche abrió
los ojos para dirigir su mirada a la persona que él mas quería en el mundo: su
única hija, y con un beso en la frente los cerró acto seguido y para siempre.
(No es habitual encontrarte por la
vida con personas que te traten con DULZURA y con CARIÑO con COMPRENSIÓN y
RESPETO como hacía Eduardo
Herranz, sino que es más
frecuente todo lo contario, por eso yo siempre digo que cuando se encuentra alguien así debemos
cuidar a esa persona como si fuera un
tesoro, como una piedra preciosa).
“Las
personas buenas no mueren nunca, permanecen siempre en el bien que dejan tras
de sí”.
Noelia Rodríguez, nieta
de Eduardo Herranz.
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Comentarios
Nun m'alcuerdo d'él pero si de la tienda, onde entré munches veces a comprar grifos, mangueres...
Ye un comerciu emblemáticu n'esti conceyu.