Juan
Luis Varela vino al mundo en Turón en 1951. De niño, en su etapa de estudiante
en el colegio La Salle, comenzó a sentir un gran interés en el mundo de la
pintura. Sus profesores y compañeros lo animaban a realizar dibujos, acuarelas
e ilustraciones para actividades del colegio y algún festejo local o patronal.
Con
doce años, en 1963, decidido a adquirir nuevos conocimientos, se convirtió en
alumno de José Suárez, Pilu, otro reconocido pintor turonés. Con trece años
obtuvo su primer premio de pintura.
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Animado
por su maestro, y tras un breve periplo en la escuela de Oviedo, Juan Luis se
fue cuatro años después a estudiar Bellas Artes a Madrid, de donde viajó a
París para seguir formándose. Durante el servicio militar, que comenzó en
Lanzarote a mediados de los setenta, también asistió en sus ratos libres a
clases relacionadas con el arte, en la Escuela de Bellas Artes de la localidad.
De
vuelta en Mieres, tras ganar un premio organizado por los hermanos Urbina,
Ángel e Inocencio, pintores destacados del concejo, se convirtió en discípulo
de ellos.
En
la década de los 80, ya como profesor de dibujo, e instalado nuevamente en
Turón comenzó a enlazar exposiciones, tanto individuales como colectivas, desde
su valle natal a Luanco, pasando por diversas muestras en Mieres y Oviedo,
sumando un total de más de 30 exposiciones, hasta la fecha.
Obras
en las que refleja el entorno minero propio de su valle, con sus paisajes y
gentes, con un estilo muy próximo, según los expertos, al de otros pintores
asturianos como Evaristo Valle o Favila.
Autor
de numerosos carteles de fiestas tanto de Turón como de Mieres (el último, el
de la Folixa na Primavera del 2013, con el que aparece en la fotografía), una
obra de Varela presidió en 1990 la beatificación de los conocidos como Mártires
de Turón en la Basílica de San Pedro, en Roma. Es también el autor del monolito
que emerge, desde 2005, del pozo Fortuna, en memoria de los allí asesinados.
A
sus 65 años, Juan Luis sigue disfrutando de su valle, que, pese al paso de los
años, le sigue sirviendo como fuente de inspiración. Un valle que él ha
calificado, en tres colores, como rojo (por la pasión del minero), negro (por
las entrañas, por el carbón) y verde (por su paisaje).
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