Son considerados auténticos héroes
aquellos que dejan su vida en un acto de servicio. Lo hemos visto recientemente
en el caso de Eloy Palacio, el bombero ovetense fallecido mientras combatía el
incendio de un edificio en la calle Uría, en la capital. Algo parecido le
ocurrió al protagonista de esta historia, Fernando Cortés.
*Columna en El Comercio. |
Tras “grandes esfuerzos”, que incluyeron sacar los autobuses que había
en el garaje, dieron con el foco del incendio y procedieron a controlarlo.
Realizando esa tarea se produjo el fatal desenlace para Fernando: “una viga de hierro se desprendió de la
techumbre y alcanzó de lleno al señor Cortés, que cayó muerto en el acto”,
según informaciones de la época. Fue trasladado inmediatamente a la entonces
residencia Enrique Cangas (luego Hospital Álvarez-Buylla), en Murias, donde los
médicos solo pudieron certificar su fallecimiento.
Fernando Cortés, que tenía 54 años,
estaba considerado el bombero más cualificado de aquellos con los que contaba
el cuerpo, gracias, en buena medida, a su experiencia laboral. Dejó mujer e
hija.
Las labores de extinción del incendio
se prolongaron durante varias horas. Los daños materiales en el garaje y
edificios anexos fueron considerables. A ello hubo que sumar la pérdida de una
vida, la de un hombre que falleció en acto de servicio, mientras trataba de
apagar un fuego que amenazaba con causar, como así fue, numerosos daños
materiales.
Sus compañeros de trabajo le rindieron
posteriormente un pequeño homenaje. Sirvan estas líneas, las de su historia,
como recuerdo y homenaje tanto a Fernando como a todos aquellos bomberos que,
en el cumplimiento de sus funciones, acaban perdiendo la vida, como le pasó a
él.
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