Cada vez me gustan menos las redes sociales. Entiendo que surgieron para que todos estuviésemos un poco más en contacto y agradezco que, en ese sentido, me permitan conservar, virtualmente, amistades que tengo repartidas por España y el mundo, pero hasta ahí. No me gusta nada ver en qué se han convertido, auténticos patios de vecinos donde la inmensa mayoría de los usuarios, bilordien, cotillean, sin temor a nada, soltando lo primero que se les viene a la mente y que sus dedos se ocupan de publicar, sin importar que sea verdad o no y el daño que pueda hacer a otras personas.
Recuerdo entrar en Facebook hace unos meses y toparme con una publicación, en un grupo sobre Mieres, en la que se informaba de la muerte de un hombre, sucedida un par de horas antes, tras ser arrollado por un tren en el barrio Gonzalín. La noticia, compartida de La Nueva España, solo decía que la víctima era un hombre y la hora en la que habían pasado los hechos. Nada más. A partir de ahí, la publicación se llenó de comentarios y elucubraciones absurdas: que si era gordo, que si era delgado, que si tenía coleta, que si tenía el pelo corto, que si era rubio, que si era moreno, que si tenía no sé que negocio, que si es no sé quien, que no, que ese lo vi yo ahora pasar por donde mi casa… Y así cientos de comentarios, de hombres y mujeres bilordiando en público, sin pudor alguno, ante los miles de miembros del grupo y haciendo la bola cada vez más grande, dando incluso nombres, apellidos y alguna que otra circunstancia personal de la posible víctima y soltando auténticas burradas. Decidí salirme del grupo y creo que es lo mejor que pude hacer.
Un mes y pico después, a finales de julio, volví a vivir una experiencia similar, de nuevo con otro grupo, este centrado en Asturias, con más me gustas que el anterior, aunque en este caso la prensa era la directa responsable del bilordio, ya que el diario El Comercio aseguraba que una mierense se había contagiado de coronavirus en un bar de Gijón. Bueno, aseguraba esto y explicaba que había trabajado en un negocio hostelero de Mieres, una información que no aportaba nada, pero que entra dentro de la fiscalización extrema que la prensa está haciendo de los casos de Covid-19, lo que daría para otro artículo. El caso es que la noticia generó una lluvia de comentarios: que si vivía en San Pedro, que si ya había un brote en Mieres y lo estaban callando, porque había contagiado a sus familiares, que si ya habían cerrado varios bares… Y no, no había pasado nada de eso. La bola se hizo tan grande que hasta el negocio hostelero al que se refería El Comercio tuvo que emitir un comunicado, el de la imagen que acompaña a este artículo, para explicar que la mujer había trabajado con ellos, sí, ¡pero en 2018! También decidí salirme de ese grupo.
Hace unos días, ante los casos de coronavirus en Cenera y en la residencia Abuli, las noticias compartidas por los grandes diarios sirvieron para dar cancha a los vieyos y vieyes del visillu, otra vez dando nombres, apellidos, especulando con las posibles formas en que se contagiaron estas personas… Daba no sé qué leer aquello.
Aprovechemos Facebook y el resto de redes para mantener el contacto con distintas personas, para subir fotografías y vídeos haciendo postureos, pero dejemos de escribir lo primero que se nos pasa por la cabeza o nos llega por Whatsapp o a saber cómo, sin saber si es verdad o no y si, peor aún, se puede causar algún daño a terceras personas sobredimensionando, como en estos ejemplos, todo un maremagnum de datos falsos o, al menos, más falsos que verdaderos.
Usemos las redes con sentido común, especialmente en los tiempos que corren y si se vive en un concejo como este, donde todos nos conocemos... o casi.
Álvarez
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