Escolarizar a un niño o una niña con discapacidades auditivas en un colegio a finales de los 80 era una tarea casi imposible. Fue un colegio de Mieres, el Clarín, el encargado de abrir camino hacia una enseñanza inclusiva, que no apartase del sistema educativo al alumnado con problemas de audición, como venía sucediendo hasta entonces.
Reportaje publicado en La Nueva España el 14 de febrero de 1996 |
En el curso 1986-1987, el equipo directivo del colegio decidió apostar por la integración cuando a sus aulas llegó Leandro, un niño sordo procedente de la escuela de El Requexau. "Apenas teníamos apoyos", recordaba la orientadora del centro, Isabel Fernández, diez años después, cuando el Clarín se había convertido en adalid de la integración en el ámbito educativo, hasta el grado de que el trabajo de sus docentes fue galardonado por la Consellería de Educación de la Xunta de Galicia. Con motivo de ese reconocimiento, La Nueva España dedicaba un reportaje a la labor del centro en febrero de 1996. Por allí andaban Sara Vázquez, Manuel Antonio Jiménez o Elías Robles, tres de los niños sordos que cursaban estudios en el centro.
Un equipo de profesionales, compuesto por la orientadora, Isabel Fernández; las pedagogas Ana Magadán y Margarita Crespo, y las logopedas, Dorlisa Álvarez y Carmen Arias, se encargaban de hacer seguimiento a cada uno de los alumnos con déficit auditivo. "Lo primero es que venzan el problema de la incomunicación: es decir, tienen que desarrollar el lenguaje", explicaban Margarita y Ana. La enseñanza del lenguaje de signos a todo el alumnado era clave en este primer paso. A continuación tocaba "desmutizar", esto es, enseñar a los alumnos sordos a leer los labios para mejorar la comunicación con sus compañeros.
En el reportaje, la orientadora dejaba claro que "se tienen en cuenta las dificultades propias de cada alumno, pero se piden los mismos conocimientos que al resto". El proyecto funcionaba y la inclusión era plena, como demostraba Elías, que a sus doce años era uno de los mejores estudiantes del colegio, con un expediente de sobresaliente, o Sara, que con seis años disfrutaba de las clases de baile y folclore que acogía el centro por las tardes.
"La integración de estos alumnos no plantea más problemas que las suplencias, en ocasiones, del personal", apuntaba Antonio Díaz, director del centro, que por aquel entonces contaba con 325 alumnos.
Actividades en el patio del colegio, cuando ya era instituto |
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