"Vítor crece en un mundo duro y cruel, donde la única meta es la supervivencia", así comienza la sinopsis de Un instante de lucidez, la primera novela del escritor mierense Gustavo Fernández Bayón. Con él conversamos sobre una novela escrita, en distintos momentos, a lo largo de catorce años, que retrata la vida rural de principios del siglo XX a partir de la relación entre Vítor y su padre Jeromo y un escenario, el pueblo de Fonteo, inspirado en una aldea de nuestro concejo.
"Vivimos mejor que en aquella época. No creo que haya un solo criterio objetivo y medible que pueda contradecir eso. Y sin embargo los monstruos siguen existiendo"
–Hace unos meses vio la luz Un instante de lucidez, su opera prima. ¿Cómo surge esta novela?
Hace unos catorce años, justo antes de que nacieran mis hijos mayores, yo formaba parte del grupo de teatro del Centro Asturiano de Oviedo. La actividad estaba coordinada entonces por Andrés Presumido, gran director de teatro y persona bien conocida en Mieres. Allí tuve la inmensa suerte de conocer a María Antonia Goás, una maravillosa actriz, tristemente fallecida este mismo año, que por aquel entonces participaba en un taller online de literatura organizado por Tino Pertierra y La Nueva España.
María Antonia consiguió que yo entrara en el taller, y ahí fuimos poco a poco respondiendo a los retos que Tino Pertierra nos ponía. A veces eran cuentos, y otras, ejercicios más dirigidos a probar nuestros recursos como escritores. Uno de los momentos más bonitos fue cuando publicamos una recopilación de cuentos (Cuentos y recuentos, Editorial Laria) e hicimos una presentación en el Club de Prensa Asturiana.
Un día, Tino Pertierra propuso un ejercicio rompedor: que cada uno de nosotros escribiera una novela. La idea, en plan performance, era luego mandarlas todas juntas al Premio Planeta.
Y ahí, de ese ejercicio simbólico, nació Un instante de lucidez. Tuvimos que escribir la sinopsis, desarrollar personajes, detallar una escaleta. Andaba yo de aquella muy obsesionado con Cien años de soledad, y me empeñé en tratar de hacer realismo mágico en un pueblo de la montaña minera asturiana. Para ello, partí de una anécdota real en mi familia, y sobre ella empecé a construir el resto de la historia.
El problema es que no soy escritor a tiempo completo. Trabajo, tengo tres hijos adolescentes y soy un procrastinador nato. ¿A quién voy a engañar? Así que no, no he estado escribiendo de continuo durante catorce años. La novela en sí ha sido escrita en unas tres fases de alta intensidad, pero muy separadas en el tiempo. El último arreón se correspondió con la COVID19, los confinamientos y el teletrabajo. Hay una cosa que me gusta mucho de la novela y es que creo que en el texto no se aprecia la división entre esas tres fases, y eso es bueno.
Nuestro entrevistado posa con su novela |
–Un instante de lucidez se ambienta a comienzos del siglo XX en Fonteo, una ficticia aldea de montaña del interior de Asturias que recuerda a muchas de las aldeas del concejo. ¿Hay retazos de algunas de ellas en Fonteo?
De hecho, y esto solo lo saben las personas más cercanas y algunos de los lectores que me ayudaron con las correcciones, la novela está ambientada en una localidad del concejo de Mieres. Decidí cambiarle el nombre en el último momento porque me daba miedo que la gente que conociera el lugar pudiera identificarse demasiado con el sitio.
En la novela he intentado no ser muy detallista, porque quería darle al pueblo un cierto velo de irrealidad. Quería que fuera fácil que todo el mundo pudiera identificarse con Fonteo. Si entraba mucho en detalles, alguien podría quedarse fuera y perder esa conexión con la historia. Así que, para mí, Fonteo tiene un poco de cada uno de los pueblos de nuestros antepasados.
Lo gracioso es que después me he enterado de que existe un pueblo llamado Fonteo en Lugo. Así que la maniobra de despiste me ha salido que ni pintada. De todas formas, animo a los lectores del libro a que traten de adivinar qué localidad del concejo de Mieres es la Fonteo de verdad. ¿Una pista? Ya ha salido en la sección Un lugar para vivir de este mismo blog.
–Es allí donde el lector descubre a los protagonistas de esta historia, Jeromo y Vítor, padre e hijo con una difícil relación y personalidades muy marcadas. ¿Cómo vivió la creación de estos personajes?
Antes he comentado que la novela se basa en una vieja historia familiar. En ese momento germinal, en ese punto concreto del pasado, podríamos decir que esos dos personajes coexistieron. Lo que pasa es que, tras el proceso de creación de todos los demás, y de las historias que se cruzaban una y otra vez, los límites entre los personajes fueron difuminándose y cada vez se parecieron menos a los reales.
Para mí, Jeromo y Vítor representan una dualidad. Dos caras de una moneda. Las partes buenas y malas de nuestras vidas, tan distintas y enlazadas a la vez. El personaje de Vítor es un sentido homenaje a mi abuelo, uno de tantos niños que pasaron hambre en aquella época y que no tuvieron el privilegio de una infancia tranquila y provista de cariño. ¿Jeromo? Es un monstruo que ha salido de lo más oscuro de mi imaginación.
Portada de la novela |
No hace falta más que ver las noticias para darse cuenta de que en nuestra sociedad también hay monstruos y gente buena. Podríamos argumentar que Jeromo no es más que un animal que trata de sobrevivir en un entorno hostil, pero ¿en qué lugar dejaría eso al resto de personajes, aquellos que todavía conservan algo de humanidad? Algo de oscuridad tiene que haber en su interior.
Y lo mismo hoy en día. Vivimos mejor que en aquella época. No creo que haya un solo criterio objetivo y medible que pueda contradecir eso. Y sin embargo los monstruos siguen existiendo. La única diferencia que se me ocurre en este momento es que quizás hoy alguien como Vítor pueda tener más oportunidades de escapar a su destino.
–La acción, como los personajes o la ambientación, se halla teñida de un marcado realismo. A su juicio, ¿qué papel juega la realidad en la inspiración del autor, en el proceso creativo?
Al final, creo que el resultado del proceso creativo está marcado por nuestras experiencias. Lo que hemos leído. Lo que hemos vivido. Puedo extrapolar ideas, imaginar situaciones que yo no he vivido y plasmarlas en el papel. Pero debo tener una intuición detrás. Y ésta puede venir tanto de vivencias reales, como de ideas que se han quedado en mi cabeza tras ser expuesto a ellas en libros, películas u obras musicales.
Por mucho que yo quiera adoptar el rol de un personaje de principios del siglo XX, lo que al final se filtra y cala en la historia son las ideas que yo pueda tener sobre la vida en esa época. Por ejemplo, todo lo relacionado con la minería. Yo soy una rara avis, porque mi abuelo fue el único que estuvo en la mina en mi familia directa, y no por mucho tiempo. Así que cualquier descripción o personaje relacionado con la mina no es más que el resultado de mi exposición al tema (amigos con padres mineros, historias en los bares, huelgas y reivindicaciones, accidentes, etc.) durante mi vida en Mieres.
–¿Se esconde tras ese realismo un gusto personal por novelas de este tipo? ¿Qué título o títulos son los favoritos de Gustavo Fernández Bayón?
No necesariamente. He sido un lector voraz desde que era muy pequeño. De obras de todo tipo. Ahora quizás leo algo menos, porque tenemos muchas más distracciones, pero cuando era pequeño lo habitual era verme con un libro o un cómic en la mano. Siempre cuento que en mi casa no me daban paga, pero en cuanto a libros había barra libre. Mis padres no tuvieron el privilegio de poder cursar unos estudios al nivel y en las condiciones que yo he podido, pero creo que siempre tuvieron claro que la lectura era algo bueno y que sería importante en mi formación como persona.
Tengo una incapacidad innata para tomar decisiones y, por supuesto, para elaborar listas de favoritos. Sé que si cito algunos seré injusto con tantos otros que me olvidaré, pero –quién dijo miedo– me voy a lanzar a la piscina un poco, aunque solo sea para explicar el batiburrillo que hay en mi cabeza. Cien años de soledad, El camino, La insoportable levedad del ser, La familia de Pascual Duarte, La metamorfosis, Kafka en la orilla, Música para camaleones, los cuentos de Cortázar o Borges (adoro Casa tomada), la poesía de Antonio Machado y Miguel Hernández, obras de ciencia ficción clásicas, como las de Heinlein, Asimov o Clarke, y más modernas, como las de Cixin Liu (El problema de los tres cuerpos). Y todavía me dejaría fuera muchos autores de terror y misterio, así como todo el cómic que me he leído.
Tengo un recuerdo muy bonito de eso. Sí sé que me gustaba escribir, tomar notas, imaginar historias, desde muy pequeño. Pero nada fuera de lo normal en un niño, hijo único, que tenía que buscarse un poco la vida cuando no estaba con amigos.
El punto de inflexión se produjo cuando llegué a segundo de BUP, en el instituto Bernaldo de Quirós. Nuestra profesora de lengua y literatura, Elvira Pañeda, adoptó una aproximación distinta en sus clases, y quiso que aprendiéramos a escribir cuentos. Un poco por casualidad, también es cierto, ya que la idea original era la poesía, pero coincidió que el libro de texto a seguir estaba descatalogado.
El caso es que allí descubrí que aquello de contar historias me gustaba. Escribí un cuento aquel año, Los cementerios no son románticos, que no pasará a la historia por su calidad. Todavía lo tengo, escrito a bolígrafo y en un folio por las dos caras. También hicimos un trabajo sobre El dúo de la tos, de Clarín. Ahí empezó, yo creo, mi historia de amor con el cuento y la escritura en general.
Es verdad que mi profesión (en este momento soy científico de datos en una empresa dedicada a negocios inmobiliarios) no tiene mucha relación con este mundo. El tipo de escritos que vengo haciendo en mi trabajo los últimos años no necesitan de tanta creatividad. Pero sí que estoy convencido de que los procesos creativos subyacentes son los mismos, y que lo que en un lado te permite dar vida a unos personajes y sus historias, puede en el otro ayudarte a transmitir la importancia de un modelo matemático encargado de predecir si un cliente va a contratar un producto determinado.
–Un instante de lucidez es su primera novela y ha visto la luz gracias a la autopublicación. ¿En qué consiste exactamente la autopublicación?
Pues en mi caso ha consistido en realizar la corrección, maquetación y distribución del libro por mis propios medios. No es lo que tenía en mente en un principio, pero ya me habían advertido que lo duro de verdad comenzaba cuando uno había terminado de escribir la novela.
Cuando más perdido estaba, pues no sabía qué hacer con el manuscrito, decidí preguntar a Leticia Sánchez Ruiz, maravillosa novelista y dramaturga asturiana, quien había sido docente en un taller de escritura al que asistí en la librería Cervantes de Oviedo. Ahí tuve mucha suerte, porque Leticia fue muy generosa y me regaló muchos consejos sobre cómo preparar una propuesta editorial y seguir adelante con el via crucis. Sólo por eso le estaré eternamente agradecido.
Corregí la novela varias veces. La ortografía, las líneas argumentales, incongruencias que iba encontrando, etc. Después pedí el favor a varios amigos y les pasé el manuscrito para que lo leyeran junto con un cuestionario. Recopilé todo lo que me enviaron e incorporé gran parte de sus sugerencias. Me sirvió también para darme cuenta de qué partes funcionaban y cuáles eran más difíciles de entender.
Una vez corregido el manuscrito, empezó la odisea de las editoriales. Lo envié a editoriales pequeñas y grandes, asturianas y del resto de España. Ya me habían advertido que debía tener paciencia, así que me fijé un plazo de tiempo. Esta fase fue un poco desilusionante, porque la mayoría ni me contestaron. Y cuando alguna lo hacía, había que tener cuidado porque se trataba de editoriales de autoedición encubierta o algo similar.
Así que al final opté, medio desanimado, por quitarme la losa de encima y autopublicar el libro en Amazon. Ellos te proveen de herramientas que te permiten maquetar el libro electrónico y la versión en papel. No tiene la misma calidad que una maquetación profesional, pero en ese momento sólo quería ver el libro publicado. Me hubiera gustado más una editorial tradicional, a ser posible asturiana, por la temática de la novela, y por ver el libro en el escaparate de alguna librería, pero en ese sentido no tuve suerte.
–¿Qué pros y qué contras halla en ella? ¿La recomendaría a alguien que esté pensando en publicar su primera novela?
El control que tienes del proceso es total. Para lo bueno y lo malo. Si quisiera, podría haber maquetado yo mismo la novela, por ejemplo. La rapidez sería otro punto a favor, ya que en poco tiempo puedes tener tu libro electrónico disponible para todo el mundo.
¿Inconvenientes? Yo me he sentido muy solo. A pesar de la información que abunda en Internet, eché de menos que algún profesional me asesorara en cada paso del proceso. En ocasiones pensé hasta en tirar la toalla. Y eso después de haber escrito la novela.
En resumen, no es que lo recomiende o no. Me da la impresión de que igual hay poca salida ahora mismo para autores noveles, que no conozcan a nadie en el mundillo o no hayan ganado algún concurso. Entiendo que las editoriales tradicionales se la juegan mucho cuando apuestan por una primera novela. Es su dinero el que adelantan y no saben si esa obra va a tener éxito o no. Así que también entendería que el negocio actual se basara en buscar escritores autopublicados con cierto éxito (eso me deja fuera, ya que creo que llevo vendidos unos setenta ejemplares) y ofrecerles contratos para siguientes obras. Si yo tuviera una editorial, no lo descartaría.
–Esta novela cuenta con un autor mierense, escenarios y personajes que bien podrían ubicarse en el concejo y una portada que ha salido de Mieres. ¿Qué nos puede contar de ella?
¿Qué puedo decir de mi querida Mieres? Llegué siendo un bebé y me crie en “el Polígono”, en aquellos portales llenos de críos y de vida. Nuestras madres llamándonos a voces para merendar. César el panadero de Cenera cuando bajaba con la furgoneta y traía unos bollinos de pan de leche que luego desayunaba al lado de la cocina de carbón. Los bajos de las cocheras cuando todavía no había casi negocios, y había que ir a comprar al mercado de Santa Marina (en esos viajes me solía caer algún coche de juguete en uno de los kioskos que había).
Estudié en el Aniceto Sela, donde hice grandes amigos y tuve grandes profesores, algunos de ellos ya ausentes. Luego al Bernaldo, en aquella época en la que cruzar el barrio de La Villa era como una película de Eloy de la Iglesia. Recuerdo las aguas negras del Caudal y las escombreras. Salí por La Cúpula, cómo no, y La Sucursal, la Buraka, El Gatopardo, etc. Aquellos tiempos en los que la calle La Vega era una alfombra de gente un sábado al final de la tarde.
También me tocó vivir la época de los enfrentamientos entre los mineros en Barredo y la policía en Vega de Arriba, así como eventos tan tristes como el accidente de Nicolasa. A veces, uno intenta transmitir a conocidos de fuera cómo la propia ciudad se venía abajo y lloraba por una tragedia como aquella, pero sin éxito.
He vivido en varios sitios, pero en todos he sido “el de Mieres”. Creo que pocos sitios he conocido que marquen tanto el carácter. Aunque llevo ya unos años en Oviedo, mi madre sigue viviendo en Mieres. Y algunos de mis mejores amigos (incluida Eva Marina Félix Sánchez, la autora de la portada, gran artista a la que recomiendo seguir en todo lo que hace). Siempre encuentro alguna razón para acercarme un rato, aunque también es cierto que la ciudad ha perdido mucha alegría desde aquellos años. O a lo mejor es que nos hemos hecho mayores.
–Con Un instante de lucidez ya publicada, ¿ha vuelto a escribir? ¿En qué trabaja ahora mismo?
La verdad es que en estos momentos no estoy escribiendo. Estoy intentando mover y publicitar la novela en la medida de mis posibilidades, que no son muchas. No estoy metido en el mundillo, mi área profesional es otra y eso al final se nota bastante. Pero bueno, habrá que intentar que la novela llegue a más gente, porque yo creo que esta historia es algo con lo que mucha gente se podría identificar.
En cuanto a proyectos futuros, por ideas no será. Tengo varios proyectos en mente que algún día me gustaría poner en marcha, pero por ahora van a tener que esperar. Tampoco es algo que me preocupe demasiado, porque el escribir no tiene fecha de caducidad. Mis hijos crecerán, volarán y tendré más tiempo libre. Así que no lo descarto en un futuro.
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