CRÓNICA NEGRA MIERENSE: 1999-2024. 25 años de un crimen sin resolver: los dos disparos en el monte de Uxo

Se cumple un cuarto de siglo del crimen que conmocionó al concejo, la muerte de Ramiro Valdés, un hombre al que conocimos en la anterior entrega de Crónica negra mierense.
El 20 de septiembre de 1999 Ramiro cogió su todoterreno para subir de El Naval a la Cruz Ningüilbu, una zona de pastos situada en lo alto de la Sierra de Diego, por encima de Casares. Tras haber atendido al ganado que allí tenía, Ramiro se decidió a emprender la vuelta a casa. Subió a su todoterreno, pero no llegó a moverlo. Una bala le dio de lleno en el pecho tras romper la ventanilla lateral izquierda del vehículo. Una segunda bala le fue disparada a la cabeza.


Nadie escuchó los disparos y nadie vio nada extraño. El cuerpo de Ramiro lo encontró, por casualidad, otro ganadero con reses en la zona. La autopsia reveló que Ramiro murió en torno a las nueve y media de la mañana; las investigaciones de la Guardia Civil fijaron su empeño en encontrar el arma, una escopeta de postas. Nunca apareció. Tampoco se consiguió hallar a quien se encargó de dispararla. La complejidad de la investigación hizo que la jueza instructora negase a la familia la incineración del cadáver, por si fuese necesario realizarle una segunda autopsia. Los restos mortales de la víctima fueron enterrados en el cementerio de Mieres. Antes, en Uxo, se oficializó un multitudinario funeral.


La familia del fallecido tuvo claro desde un primer momento que el crimen había sido fruto de una "clara emboscada tejida con premeditación", como declaró su cuñado, Vicente Martínez, a los medios que cubrieron el funeral. "Mi cuñado bajó el ganado del puerto hace unos días. Por lo tanto, el autor sabía bien sus movimientos y el lugar en el que aparcaba su vehículo", añadió. En líneas generales, esa fue la hipótesis que mantuvo la Guardia Civil, que estudió las amistades y enemistades de Ramiro, sin éxito en la búsqueda del asesino y del arma homicida.


"Nadie nos llamó. Cuando me enteré de que le había pasado algo a mi padre, fui allá arriba (al lugar de los hechos). Había una pila de gente, como si fuera 'La verbena de la Paloma' y a nosotros, sin avisarnos". Con estas palabras recordaba lo ocurrido el único hijo de Ramiro cuando se cumplían veinte años de los hechos, en otoño de 2019. Lo hacía en una entrevista publicada en La Nueva España, en la que descubrió que la Guardia Civil registró la casa familiar días después del crimen. "Nos llamaron a todos a declarar. Mi madre y yo fuimos de buena gana […]. A mí ni siquiera me hicieron la prueba de la parafina […]. Un primo mío declaró que mi padre tenía un arma en casa y la Guardia Civil fue a registrar la vivienda […] ya les habíamos ofrecido que registraran lo que quisieran el día que asesinaron a mi padre". La pistola estaba allí, envuelta en cinta, y los agentes descubrieron que había sido disparada poco antes del asesinato. La investigación se enfocó entonces en contra quién había sido usada el arma. "Empezó a correr que yo había matado a mi padre", apuntaba el hijo de Ramiro.
Cuenta el hijo que en 2017 pudo esclarecer los hechos: "una persona me dijo contra quién había sido disparada el arma de mi padre, una persona que sigue viva" y que, presupone, pudo haberse vengado de Ramiro. Trasladó la información a la Guardia Civil, pero "nadie lo quiso mirar".

Los hechos, constitutivos de un delito grave, prescribieron en 2019, con el transcurso de veinte años. El crimen de Ramiro Valdés es hoy, un cuarto de siglo después, un crimen sin resolver.

Ilustran esta entrada:
·Recorte de La Nueva España del 23 de septiembre de 1999
·Noticia publicada en El Comercio el 23 de septiembre de 1999
·Ramiro Valdés y su esposa, Carmen Álvarez, fallecida en 2018, en una fotografía del reportaje que La Nueva España dedicó a Ramiro en 1982

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